Yo estaba sentado en un banco cerca de un río de aguas turbulentas pensando en la antigua disputa entre Heráclito y Parménides cuando ellos -los seres circulantes, los amantes del triciclo- pasaron por esa calle.
Al fondo, el orden instituido -el gendarme en posición de gendarme- el poder civilizado de Occidente, heredero de Solón, de Pericles, de Platón.
Y en el centro de la fotografía, en el centro del universo, ellos -un hombre y una mujer,besándose-; ellos son el prodigio de la simple dicha, su fulgor.
Su lenguaje es anterior a toda gramática. Ellos son el paraíso original y posible, su temblor.