Antes de salir a la claridad del día, de internarme en sus exigencias, de que la gramática del mundo imponga sus verbos, su estructura, me he sentado en la penumbra, en la quietud de mi cuarto.
Este mundo previo está hecho de la inmovilidad del aire, de la silueta de una manzana colocada sobre una mesa, de las palabras del libro de Fernando Pessoa que subrayé ayer: “Estaría bien… quedar en suspenso, entre la niebla y la mañana”.
Habitar este afán ambiguo, no intencional, es aquí, ahora, un gozo posible. Vendrán después, la chaqueta, la calle, la oficina, algunas furias.
Dispongo todavía de un instante para asomarme a la ventana, para apurar el último sorbo de esta copa.
Llueve, veo a una mujer refugiada en los soportales del edificio de enfrente; a un hombre, con su paraguas, enfrentado a la tempestad, al vendaval, avanzando.